En estos días feriados [festivos] de fin de año, cuando todo comerciante que pudo echó el cierre a su tienda para tomarse uno o dos días de descanso familiar, hemos visto los establecimientos chinos abiertos incluso un domingo por la tarde. Yo mismo me he aprovechado de esa ventaja yendo a comprar algo que necesitaba a última hora. Siendo así, está claro que tendría que aplaudirlos, y no tengo ningún derecho a criticarlos. Además, quien soy yo para juzgarles porque prefieran el trabajo que el descanso, o porque sus expectativas de ganar más dinero en su negocio sean mayores que las de darse un paseo dominguero o disfrutar más del ocio familiar. Además de ser una decisión personal, también hay costumbres culturales que uno desconoce, y que obligan a ser prudente.
Sin embargo, el tema es más complejo que eso, y por eso voy a opinar. Sé que tratando este asunto corro el riesgo de estereotipar, porque es imposible hablar de hábitos de trabajo asociados a nacionalidades u orígenes culturales, sin caer en generalizaciones. Todos los chinos no son iguales, como tampoco lo somos los españoles. Más me preocupa despertar apetitos xenófobos, pero, en fin, nunca he dejado de tocar un tema en esta casa porque sea delicado, así que allá voy…
Como decía, el hecho que tengamos tiendas chinas abiertas a cualquier hora y día es una tabla de salvación para hacer compras de conveniencia. Lo es también para las familias de bajos ingresos que pueden adquirir productos ahí, más baratos, que no se venden en otros establecimientos. Las tiendas chinas son el Amazon del barrio, y ya veremos que también por otras razones no tan obvias como las de estar disponibles 7×24 o vender a precios más competitivos.
Las tiendas chinas y Amazon me generan contradicciones y desasosiegos similares. Son mecanismos muy diferentes, pero intuyo que comparten amenazas e incertidumbres parecidas para mi endeble ética de consumidor (pretendidamente) responsable. He estado pensando sobre eso, y creo que ese dilema común, que comparten ambos modelos de negocio, podría resumirse así: me aportan grandes ventajas a corto plazo, pero a cambio de, probablemente, grandes problemas a largo. Lo explico.
La cultura china siempre me ha producido un gran respeto. De hecho, algo que nadie sabe es que viví dos años en China cuando pequeño. No me acuerdo de nada, pero es algo que llevo conmigo y que mis padres se encargaron de que recordara siempre. Después he regresado, y mi sensación no fue tan positiva, pero sigo pensando que es un gran país. La cultura china es capaz de conseguir lo que se proponga a base de constancia y determinación. Es difícil no sentir asombro por su capacidad de esfuerzo y su disciplina. Iba a decir “admiración”, y obviamente un poco de eso hay, pero no sé si es la palabra adecuada, en el contexto que lo estoy contando. Para ser honesto, creo que siento más asombro que admiración.
Voy a intentar repasar efectos colaterales. Cuando un comercio chino vende productos de importación tan baratos está capturando ventas que podían haberse hecho por proveedores locales que ofrecen sucedáneos (en principio) hechos con más cariño, con valor añadido y empleo del territorio, y muy probablemente de más calidad. Sé que no todas las tiendas, ni todas las marcas, ofrecen eso, porque tenemos muchas con tapadera europea y fabricación asiática, pero habría forma de elegirlas para que eso no ocurra.
Cuando una tienda china abre un domingo por la tarde, o un día feriado [festivo], está captando compras que podían haberse hecho el lunes, o un día normal, a proveedores locales que han aprovechado ese día, o esas horas, para tomarse un merecido descanso.
Sé que no hay una equivalencia perfecta entre lo que uno puede comprar en tiendas chinas y lo que venden los proveedores locales. No son sustitutos directos, pero la tendencia es a que lo sean cada vez más, y ahí está el riesgo latente.
Para mí, la forma intensiva de trabajo (incluso diría, con perdón, obsesiva) que adopta el negocio chino no solo se lo pone más difícil al nacional, sino que eleva las exigencias laborales vía competencia, trasladando indirectamente (a medio y largo plazo) su sobredosis de cultura del trabajo al comerciante local, que si quiere sobrevivir se verá obligado a imitar unas prácticas que en muchos casos son ajenas a los patrones de bienestar que sociedades como la nuestra siempre han defendido, y con razón. Si ellos no descansan el fin de semana, quizás “nos obligan” a que no lo hagamos en el futuro. Si ellos “viven para trabajar“, y van siendo cada vez más competitivos, quién sabe si terminan fagocitando nuestra saludable aspiración mediterránea de “trabajar para vivir“. Tal vez esté siendo alarmista, tal vez esté viendo fantasmas, pero es un escenario a considerar.
Lo que quiero decir es que cuando un negocio chino abre un domingo por la tarde, o un día festivo, no está obligando AHORA a hacerlo a los demás, pero probablemente esté creando las condiciones para que lo tengan que hacer en el futuro vía efecto acumulativo (y destructivo) de la competencia. Este riesgo se hace más evidente cuando vemos que el número de establecimientos chinos se está multiplicando en los últimos años, generando un efecto conjunto que se irá notando más.
Esto de acoger con admiración la cultura china del trabajo tiene lo suyo. No es ninguna tontería. Para quien lo dude, solo recuerdo aquel titular que nos regaló uno de los buques insignia del empresario español, Juan Roig, el presidente de Mercadona, cuando dijo aquello de: “Tenemos que imitar la cultura del esfuerzo con la que trabajan los chinos en España“. No es una opinión aislada, ni una mera anécdota. Es un punto de vista que va dejando huella en el imaginario colectivo, e institucional.
¿Y qué pasa con Amazon? Pues ahí tenemos el equivalente virtual, digital, de las tiendas chinas, 7×24, pero con más glamour y más diversidad de oferta hasta hacerse prácticamente infinita. Julen Iturbe ha escrito bastante sobre esto en su blog, y con mucho criterio. Recomiendo que lo leas. El otro día le decía a Julen que sus observaciones me planteaban un dilema terrible. Amazon es el “dilema de los dilemas” para los que pretendemos ser consumidores responsables, pero no te creas que cambia mucho respecto de lo que significa el comercio chino, aunque en otra dimensión.
Lo peor de todo es que no encuentro, de momento, solución a esos dilemas. Es fácil pedirle al negocio local que se reinvente, pero el margen de diferenciación que tienen es cada vez menor para que ese canal siga aportando valor. Algunos tipos de negocios lo tienen más fácil que otros, pero algunos están sencillamente condenados, y no siempre por motivos sensatos si examinamos el modelo de selección desde una perspectiva más sistémica y humanista, y no sólo economicista o de mercado.
Me cuesta ponerme en plan ludita con Amazon. Creo que es algo que llegó para quedarse. Yo mismo lo uso porque, todo hay que decirlo, ofrece un servicio espectacularmente ágil y eficiente. No me canso de sorprender de lo bien que lo hacen, y de su enorme capacidad de adaptación al cliente. A veces se da la paradoja que te atienden mejor desde el chat y el teléfono de Amazon, que, en la propia tienda de tu ciudad. Pero, OJO, eso no solo se debe a una excelencia bien gestionada, sino también a terribles ventajas acumulativas que se multiplican (injustamente) gracias a economías de escala y al acceso privilegiado a canales de distribución que son inalcanzables para el pequeño negocio. Luchar o competir contra eso es casi un imposible. Lo mismo pasa, para cierto segmento de clientes, con las tiendas chinas. Ofrecen prestaciones con un valor percibido muy alto. Sacan de apuros, una y otra vez.
No sé si la “solución” pasa por introducir más regulación, por ejemplo, con los horarios o la carga impositiva. No soy partidario de las prohibiciones porque casi nunca funcionan. Es como poner puertas al campo. ¿Qué podemos hacer? Está claro que hay que seguir insistiendo en el consumo como opción política, multiplicando los esfuerzos para mejorar la educación de lo/as consumidore/as. Todavía recuerdo, con sonrojo, algo que me dijo un asistente en un curso, cuando un rato después de escucharme elogiar la cultura humanista y participativa del #15m estuve poniendo ejemplos de lo mucho que usaba las plataformas de comercio electrónico, como Amazon, para comprar desde muebles hasta libros. Este participante me dijo, la mar de tranquilo, que “comprar tanto por Internet no es muy #15m que digamos”, y ahí me dejó, rumiando, otra vez mis contradicciones.