POST Nº 697
Recibí un ejemplar de La Fatiga Democrática, por cortesía de Antoni Gutiérrez-Rubí, allá por mayo de este año si no recuerdo mal, con una breve y cariñosa dedicatoria. Es un librito que se lee muy rápido. Tanto que lo hice en sendos vuelos de ida y vuelta a Canarias. La capacidad de síntesis es muy reseñable en la escritura de Antoni: estilo periodístico, oraciones cortas e ideas sustanciosas. Lo lees y te quedas pronto con muchas ideas porque, además, vuelve a ellas en distintos puntos de relato para ayudarte a fijarlas. En fin, una joyita de síntesis escrita por alguien que es un artista de la comunicación.
Si me lees aquí de forma habitual sabrás que en mis reseñas de libros, aunque soy bastante abundante en citas literales, siempre mezclo ideas del autor con reflexiones propias. Me gusta hacerlo porque mientras versiono el texto y lo salpico de las divagaciones que me ha inspirado, me ayudo a metabolizarlo. En los casos que me atrevo a hacerlo, espero ser capaz de interpretar bien lo que quiere decir Antoni. Si no, mis disculpas…
1. Elogio a la lentitud en política vs. «Turbopolítica»
Antoni critica la «Democracia instantánea», que describe así: «Hemos dejado de pensar para buscar, estamos casi dejando de decidir para estar en la búsqueda permanente». Según él, impera lo táctico e inmediato, la Política del clickbait => Vivimos en «sociedades nerviosas», todo va rápido (…) Lo que vemos en el “timeline” va eliminando, sustituyendo, diluyendo lo anterior» y eso hace que «perdamos la referencia causal» y que «lo importante pase a ser la rapidez», lo que es un problema ―recuerda ― para la acción política.
Reivindica una política lenta, atenta y empática vs. la «turbopolítica». Su elogio a la lentitud en política me parece de las ideas más sugerentes del texto porque hoy ser lentos es el peor insulto que te pueden hacer. Tiene razón, es un poco loco lo que nos está pasando: «hemos dejado de atribuirle al tiempo el valor garante de la calidad o la relevancia. Si tarda, no vale». Defender el interés general necesita «tiempo, método y disciplina». Y añade: «Tener prisa, en política, es el camino más directo hacia la arbitrariedad». Esto tiene un reflejo directo en los modelos de liderazgo: «Necesitamos líderes que sepan esperar, que su paciencia no sea acusada de renuncia o inacción y que no actúen acomplejados o asustados por su imagen pública». Para colmo, esto funciona como un bucle autodestructivo, porque no puedes atreverte a tomar decisiones políticas complejas, e incluso impopulares, si no las explicas bien. Y esto también necesita tiempo.
El diagnóstico es sombrío, y es difícil ver la solución porque el sistema de incentivos de la democracia actual fomenta la precipitación, el ruido, la sobreactuación, igual que ocurre con los medios y el clickbait.
2. Moderación en el lenguaje político
Estamos inmersos en un patético clima de crispación y agresividad verbal. En estos días lo estamos viviendo con la troleada del Tribunal Constitucional. Es imposible hablar de nada con moderación. Antoni critica las estridencias, el insulto normalizado, porque «la ira, como todas las pasiones, es eficaz para movilizar, pero no para razonar».
Gutiérrez-Rubí insiste en que la «moderación es un activo político» pero muestra más dudas en cuanto a si, en un entorno tan sobreexcitado como el de las campañas, está por ver si ese es «un activo electoral con capacidad competitiva». Es una duda razonable, no tengo una respuesta definitiva a esto. Pero intuyo que, estando como estamos tan cansados de tanta violencia sectaria, quien sea capaz de practicar un relato más amable y respetuoso hacia sus adversarios, «basado en la razón ponderada», va a tener su premio en votos.
Entre las «normas de comunicación política» que cita Antoni, hay algunas que apuntan directamente a esta necesidad de dignificar el discurso. Por ejemplo, evitar las «críticas ad hominem», o sea, descalificar al rival en vez de sus propuestas y argumentos. A veces se llega al ámbito más íntimo o familiar, lo que a mí me produce vergüenza ajena.
Además del insulto personal, se utilizan adjetivos excesivos, nada contenidos ni proporcionales a lo que se pretende juzgar, y por eso pide «recuperar el sentido de las palabras». Para colmo, los datos, nos recuerda, se manipulan, presentándose públicamente sin contraste, ni aval suficiente, lo que degrada el debate político.
En esa manía de «caricaturizar» al rival político se cae en una arrogancia y un desprecio personal que «no permite pensar bien en lo que hace y por qué lo hace, en descubrir sus razones». Sin un esfuerzo genuino de comprender lo que mueve al adversario es difícil construir espacios de síntesis y consenso, así que no me extraña que al final siempre terminemos tomando el atajo empobrecedor de las votaciones que se ganan por la mínima, dejando por el camino a demasiados perdedores.
3. Las emociones en política
Dice Gutiérrez-Rubí que las emociones no son un valor/activo de menor valor. Su influencia en la opinión pública es muy relevante («Los estados de ánimo son hoy los auténticos estados de opinión»). Joan Subirats, en el prólogo, destaca lo mismo: «un aumento de la emotividad a la hora de vincularse, de relacionarse con la realidad sociopolítica», está llevando a una «polarización afectiva».
Perdonadme la autocita, pero en El libro de la Inteligencia Colectiva ya hablaba precisamente de esto, porque siempre me ha parecido un asunto bastante relevante:
«A menudo se critica a las multitudes porque, a la hora de decidir, se dejan llevar por las emociones y los estados de ánimo. Y ciertamente los expertos, aunque también son personas y tienen emociones, disponen de tiempo y habilidades profesionales para actuar con más racionalidad. Pero, me pregunto, ¿es cierto que apartar las emociones para que mande solo la razón produce necesariamente mejores resultados? No somos máquinas, así que renunciar a las emociones puede tener un coste brutal. Una decisión racionalmente correcta puede convertirse en una tortura si contradice un sentimiento profundo. La razón y el corazón tienen su lugar —legítimo— en el algoritmo de las decisiones que define nuestra forma de estar en el mundo y negarlo sería «maquinizar» la realidad. Se me ocurren muchos ejemplos de esto. Los conflictos catalán y vasco, sin ir muy lejos, inspiran posturas muy emocionales que complican en extremo las cosas, pero que necesariamente deben encontrar su articulación en la toma de decisiones. Y es que en el espacio colectivo los sentimientos que vinculan a las personas con los territorios adquieren un peso que en ningún caso debería subestimarse a la hora de hacer política. La memoria, la tradición, los afectos se localizan, se asocian a los lugares, y eso dota al debate de una profundidad imposible de abordar en términos exclusivamente económicos o racionalmente políticos. Para una persona, pongamos por caso, de Zaragoza, que haya visto toda la vida a Cataluña como parte de su país y haya desarrollado, por lo tanto, un fuerte sentido de pertenencia hacia ese territorio, la idea de que se independice puede llegar a producirle un gran dolor. Y lo mismo cabe decir sobre los que han crecido en Cataluña sin sentirse españoles y deseando que sea un Estado independiente. No pretendo tomar partido en este debate, y menos dar sermones sobre cuál es la solución, solo digo que hay sentimientos —y dolores— en la dimensión identitaria que, por muy contraproducentes o absurdos que puedan parecer, son parte de la ecuación que la gente legítimamente construye para entender su lugar en la vida. Es algo que va por dentro y desoírlo, además de poco realista, puede tener terribles consecuencias en la memoria emocional colectiva».
Ahora bien, si reconocemos que «las emociones pueden provocar resultados inesperados» y que, como sugiere Antoni, «esto pone de manifiesto los límites de las promesas electorales y de la racionalidad», entonces estamos ante un desafío difícil de gestionar porque puede funcionar como un espiral pernicioso => Si las emociones son tan importantes, aumenta la tentación de jugar a sobreexcitarlas en detrimento de la razón ponderada. Esa es la postura que está ganando ahora, y por eso me pongo tan mosca cuando se hace demasiado énfasis en las emociones y su receta recurrente del storytelling. Para mí, que se decida cada vez más emocionalmente es arriesgado, no ayuda a pensar bien, pero ¡¡es lo que hay!! No somos robots, así que es un factor a tener muy en cuenta en el diseño del relato político.
«Las personas pensamos lo que sentimos, votamos por afinidades», dice el autor, y esto que añade es muy fino y me ha encantado: «la sociedad perezosa es artificialmente amorosa». Es verdad, si uno/a no tiene tiempo, ni ganas, para pensar e informarse bien, va a echar mano de las emociones, del sistema-1 de Kahneman, que requiere menos esfuerzo. Y aunque eso no me guste, con eso hay que contar, así que es mejor no dejar la batalla por las emociones solo en manos de «los malos» comecocos. Hay que estar ahí también.
4. Fatiga colectiva y nostalgia engañosa
Cuando la insatisfacción no encuentra un cauce institucional, dice Antoni, aparece un «sesgo reaccionario por nostalgia del mundo anterior», que según el autor se observa cada vez más en Europa: «La nostalgia [en política] es un sentimiento que se dispara con el miedo, la ansiedad y el malhumor». Mientras tanto, a medida que se acumulan las frustraciones, aflora una «fatiga colectiva», un hastío que se traduce en afección antidemocrática que se manifiesta, según Subirats, a través de una «actitud indolente o perezosa» a participar y a defender los derechos conquistados. El riesgo lo tenemos aquí: «La política democrática puede quedar atrapada entre la pereza (resignación) y el cinismo tecnocrático de que no hay alternativas».
5. Más «Biopolítica», por favor…
«Los políticos hablan entre ellos, para ellos y de sus temas» cita Antoni como críticas ciudadanas habituales. El día a día de las personas queda ajeno del debate. Por eso reclama más «Biopolítica», que así llama a «la política de lo cotidiano, la política de la vida, de los cuidados, abordada con autenticidad, como solución a la desconexión democrática». Según él, «la cotidianeidad adquiere una dimensión vital que hay que interpretar adecuadamente» y «la felicidad como objetivo político es menos atractiva que la justicia, pero no por ello menos necesaria». Invita a «un cambio de actitud, de lo histriónico a lo cercano». Yo estoy de acuerdo con él en que si nos centráramos más en lo cotidiano, se reduciría la «polarización afectiva». Eso nos ayudaría a darnos cuenta de que tenemos más cosas en común que las que nos separan.
Dos objeciones menores…
Tengo poco que objetar del libro de Gutiérrez-Rubí, que he disfrutado mucho. Solo dos comentarios menores.
Uno, su confianza en la Neurociencia como herramienta para comprender y estimular ciertos comportamientos ciudadanos hacia la política. Según él, «entender de psicología social y de neurociencia será competencia clave». Yo estoy de acuerdo con la primera, tanto la social como la del comportamiento, pero para entender las emociones profundas, los miedos y las sensibilidades no hace falta la Neurociencia. De hecho creo que es contraproducente, es un camino que nos distrae, nos distancia, y nos mete en riesgos mayores. Conocer más y mejor el cerebro tiene mucho peligro. Por ahí no deberíamos transitar. Lo que hay que hacer es cultivar la sensibilidad y la empatía, escuchar, observar y mirar a los ojos con más humanidad. Una nueva clase política que se mire menos al ombligo y tenga una verdadera vocación de servicio.
Dos, tiene que ver con el RESET como paradigma de transformación. No creo en el «reset», ni siquiera pienso que sea bueno un cambio tan radical en muchos asuntos. El mundo postpandémico no será tan diferente, tal como aventuré en su momento antes de que viéramos hoy que, en efecto, ha cambiado bien poco. Me atrevería a decir, por ejemplo, que la guerra de Ucrania va a impactar más en la política global que la Covid. Los augurios de reseteo no se han cumplido. Yo abogo por hibridar, aprovechar lo mejor del pasado y del futuro, construir desde lo posible adyacente y las micro-intervenciones. Así, de paso, sumamos a más gente.
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La entrada Elogio a la lentitud, la moderación en el lenguaje y el cuidado de las emociones en política se publicó primero en Amalio Rey | Blog de innovación con una mirada humanista.