Seguro que has visto en los parques y otros sitios al aire libre esos senderos informales que, desbrozados por la hierba, la gente crea como alternativa a las rutas establecidas. Tienes un ejemplo en la foto del post. Son caminos que no han diseñado las autoridades, sino que aparecen de forma espontánea por el uso repetido de muchas personas.
Quizás sepas, o no, que esos trazos tan frecuentes en el paisaje cotidiano reciben el delicioso nombre de “líneas o caminos de deseo”. En inglés, “desire paths/lines”, un término atribuido en principio al filósofo y poeta francés Gastón Bachelard, que al parecer lo acuñó en su libro “The Poetics of Space”. Hoy quiero hablar de esos caminos como una metáfora de la inteligencia colectiva y de los procesos emergentes.
En 1967, el artista Richard Long, recorrió repetidas veces un camino sobre un campo de hierba inglés, hacia atrás y hacia delante, hasta que consiguió con sus pasos pisotear la hierba lo suficiente para crear una línea recta que después fotografió. Así creó en los suburbios de Londres “A Line Made by Walking”, una performance que siguió repitiendo en distintos sitios de la geografía mundial, dejando la marca de sus pasos en líneas y círculos formalmente precisos como testigos, físicos y gráficos, de sus obras hechas caminando.
A diferencia del trabajo de Long, que es una creación solitaria y con fines artísticos, los caminos de deseo son un resultado colectivo y nacen la mayoría de las veces con un objetivo práctico. Por eso, lo que más me interesa de estos caminos es su dimensión colectiva, porque son una forma de mapear el comportamiento grupal, haciendo visible una voluntad compartida de divergencia o, como mínimo, de creación de soluciones al margen de lo establecido.
Estas bifurcaciones de las rutas oficiales son en realidad una muestra de consenso, un rastro social que se crea porque muchas personas coincidieron en que vale la pena transitarlas. Se abren, y se mantienen, porque cientos de pasos eligen el mismo camino, porque un número significativo de peatones “votan con sus pies” para converger en su decisión de usarlos. Si no fuera así, se borrarían. El ancho y la limpieza de la erosión son indicadores de la cantidad de tráfico que reciben, y una especie de evidencia estadística del grado de acogida social que tienen.
Estos caminos generan reacciones muy dispares, que yo diría dependen bastante de la ideología de cada persona. Todo encaja bastante. Quien se sienta cómodo con la sorpresa y la espontaneidad, los verá con simpatía. Quien aprecie más el orden y el cumplimiento de las normas, les producirá irritación. En un artículo que The New Yorker dedica al asunto, dice que algunos lo perciben como una expresión de “desobediencia colectiva” o de falta de voluntad de los peatones para respetar lo establecido. Y otros, como una demostración legítima de los defectos inherentes al diseño de una ciudad, o sea, que se trata simplemente de caminos que debían haberse construido así. Por esa razón, dice el artículo: “las líneas de deseo enfurecen a algunos arquitectos paisajistas, pero extasían a otros, inspirando también a los artistas y los poetas”.
Como un nuevo y obstinado guiño colectivo, en Flickr existe un grupo dedicado específicamente a los “desire paths”, que reúne más de 670 fotos de senderos de este tipo recopiladas por cerca de 500 personas, con debates muy interesantes. En ese grupo, se dice que la clave del camino del deseo no es solo que se ha hecho por un grupo de personas, sino que “se hace en contra de la voluntad de alguna autoridad que nos obligaría a seguir otra vía menos conveniente”. Seguí investigando, y me llevé la sorpresa de descubrir una comunidad en Reddit con más de 5.500 seguidores dedicada a este tema, lo que demuestra la fascinación que este fenómeno emergente produce en la gente.
Así es. Una solución espontánea que evoluciona orgánicamente con la participación de la gente sirve para atrapar nuestra imaginación en forma de metáforas para inspirar cosas tan dispares como el diseño intuitivo, la fuerza del anarquismo o, incluso, la sabiduría de las multitudes. Pero… ¿cómo se crean los caminos de deseo? La evidencia sugiere que se originan por individuos pioneros, o quizás grupos muy pequeños de personas, que son los primeros en iniciarlos. Tras ellos, vienen los demás, pero tiene que haber un grupo significativo de personas que se sume con el mismo comportamiento para dejar una huella colectiva. Lo singular de esto es que no hay una acción colectiva deliberada, ni un esfuerzo organizado con una autoridad que lo lidere, de tal forma que podamos decir que se trata de una “acción organizada”. Ni siquiera los individuos que abren el camino se ven a sí mismos como pioneros con la intención de dejar después una impronta colectiva. Lo hacen para satisfacer su propia necesidad o deseo. Es el resultado de elecciones individuales que después se suman para crear algo significativo. Nadie lo diseña. Es un fenómeno espontáneo que responde a una dinámica emergente.
Lo que está claro es que la única manera que existe para que ese rastro social se convierta en un camino es que los “votos agregados” de los caminantes converjan. Quise investigar detalles prácticos sobre cómo puede producirse, pero lo más que pude encontrar es una referencia al libro “Soft Paths”, de Bruce Hampton, en el que se afirma que se necesitan 15 trazos de personas sobre un campo de hierba para abrir un rastro distintivo que después quieran seguir los demás; así que, a falta de más evidencia científica, puedo decir que ese es el dato de “masa crítica” que permite crear un camino de deseo.
Erika Luckert, en su investigación sobre líneas de deseo de la ciudad canadiense de Edmonton, usando narrativa multimedia, dice cosas como estas de lo que aprendió: “Si las líneas de deseo se pueden ver como arte visual, también podrían interpretarse como palabras, como diálogos escritos sobre el espacio de la ciudad: mensajes de peatones a una ciudad que no facilita los caminos deseados”. Cuando ella comenzó su investigación, una de las preguntas que se hizo fue qué tipos de deseos motivan la creación de estos caminos: ¿es un deseo de prisa, de tomar el atajo más corto? ¿es de soledad, de no tomar el mismo rumbo de los demás? ¿es de aventura? En fin, el fin práctico suele ser el mayoritario, para unir dos puntos por la trayectoria más corta, pero hay razones más complejas porque es habitual ver caminos que no parecen necesarios. Los motivos pueden ser muy diversos, desde que los peatones encuentran ahí una superficie más suave para correr, hasta la posibilidad de llegar a un sitio donde hay un bonito paisaje o donde se escapan del mundanal bullicio.
Pero lo más interesante, con diferencia, es examinar cómo las autoridades responden a la naturaleza rebelde de los caminos de deseo. Se podría resumir en tres tipos de actitudes, todas ellas portadoras de metáforas muy jugosas que espero hagan volar tu imaginación:
1. Perseguir y bloquear estos caminos para imponer los oficiales: A menudo los planificadores adoptan un enfoque autoritario para resistirse, con uñas y dientes, a la emergencia, bloqueando estos caminos con vallas, carteles disuasorios, o resembrando hierba, en un intento de imponer las rutas oficiales. Suele ser un comportamiento arrogante que no admite que se ponga en entredicho las reglas que ellas establecieron, pero esto solo tiene sentido cuando se trata de acciones que son realmente vandálicas o destructivas.
2. Reconocerlos y convertirlos en caminos oficiales: Cuando un camino creado por los “anarquistas de pies” se consolida, demostrando ser útil y demandado, las autoridades más tolerantes terminan adoptándolo y arreglándolo como un camino oficial. Muchas calles de las ciudades antiguas empezaron de esta forma y evolucionaron hasta convertirse en las de hoy. El hecho de que los caminos de deseo terminen pavimentándose, especula Erika Luckert, puede significar una derrota de la creación artística “porque sería como pintar sobre un lienzo ya terminado”. Pero al mismo tiempo, y es lo que importa, debe verse como una victoria ciudadana, como “un triunfo de los caminantes sobre los planificadores”.
3. Usarlos como estrategia de diseño emergente: Jane Jacobs, urbanista y autora del influyente libro “The Death and Life of Great American Cities”, contó esto de su infancia: “Estaba en una escuela en Connecticut donde los arquitectos observaron los senderos que los niños hicieron en la nieve durante todo el invierno, y luego, cuando llegó la primavera, hicieron esos caminos de grava en el césped”. Esa es la idea: esperar a que sean los propios usuarios los que elijan los mejores caminos. Por eso, en algunos casos, los planificadores más atrevidos dejan deliberadamente el espacio sin pavimentar, total o parcialmente, esperando a ver qué caminos de deseo se crean, para luego pavimentarlos. Aquellos que sean más usados serán los que queden más marcados, lo que será un indicativo de que son los más eficientes porque optimizan el confort del paseante y minimizan el número de caminos que habría que mantener según su frecuencia de uso. Una vez que los peatones “votan con sus pasos”, los urbanistas consolidan y mejoran los trayectos.
En cualquier caso, lidiar con la emergencia no es una tarea sencilla. Plantea conflictos, porque no siempre los caminos elegidos por grupos de personas son razonables, ni beneficiosos para el interés general. Ya sabemos que la “sabiduría de las multitudes” también falla porque a menudo los usuarios buscan simplemente satisfacer su propio interés egoísta. Por ejemplo, muchos peatones tienen comportamientos vandálicos sin ningún motivo que genere bienestar en los demás. El artículo que cité antes de The New Yorker explica cómo las autoridades del Central Park de NYC resolvieron esto:
“Formalizar a ciegas los caprichos de la multitud puede tener sus propios inconvenientes. Hasta los años ochenta, por ejemplo, era una práctica común pavimentar las líneas de deseo en Central Park. Pero, en áreas de alto uso, esto puede llevar a una acumulación maníaca de concreto. Si muchos senderos se ‘legitiman’ con pavimento, el paisaje del Parque se vuelve abrumado de asfalto. Por eso, las autoridades del parque decidieron pavimentar algunos caminos, pero bloquear otros, adoptando una estrategia contingente según cada caso”.
La metáfora de los caminos de deseo es tan potente que tiene aplicación en muchos ámbitos distintos al de la arquitectura del paisaje. Se usa, por ejemplo, en la jerga de diseño de interfaces, con la consigna: “Pave the Cowpaths” (pavimenta los caminos de vaqueros). Siguiendo la analogía, Internet es un gran espacio verde cubierto de hierba, así que podemos aprender de los atajos que toman los usuarios y el rastro que dejan en esos caminos, para descubrir las limitaciones del diseño y adaptarlo a sus necesidades. Se dice, por ejemplo, que Twitter ha terminado “pavimentando” varios caminos de deseo para integrarlos en su servicio, desde los hashtags hasta las menciones.
Esta historia conecta con posts que he escrito en este blog sobre Design Thinking, en los que insisto tanto en que observar el comportamiento natural de los usuarios nos aporta una información mucho más precisa y fiable que preguntarles mediante entrevistas.
Elegir la mejor estrategia para dar respuesta a los caminos de deseo demanda una visión abierta y equilibrada. Debe ser un enfoque contingente, pero sobre todo empático hacia las personas. Los planificadores deben escuchar y aprender de la emergencia, porque cada camino nos dice algo.
Ya sabes. Cuando pasees por un parque y veas que hay muy pocas líneas de deseo, puedes concluir que los urbanistas hicieron un buen trabajo, al saber incorporar las expectativas de los peatones al diseño. Lo contrario también se cumple, en los parques, en la política, y en tantos otros sitios, ¿a que sí?